A veces no somos conscientes de la infinidad de sensaciones que podemos tener a la hora de entrar en un determinado lugar y es que, al igual que nuestro cerebro solamente necesita 7 segundo para tener una u otra impresión de una persona, lo mismo ocurre con los lugares a los que acudimos: los colores, el olor, los tejidos y los sonidos, por poner algunos ejemplos, son determinantes a la hora de sacar nuestras propias conclusiones y sentir de una forma u otra.
En el ejemplo de hoy, analizaremos la decoración de un salón frente a la naturaleza, siendo ésta la que rodea la casa: de jugar con verdes, blancos y marrones en el exterior, los interiores deben ser, confortables y elegantes, con suaves texturas y tupidas cortinas, mullidos cojines con una generosa alfombra que a su vez, delimita la zona como es especialmente el salón pues va a ser la estancia en la a menudo, compartiremos tiempo con nuestros seres queridos o nos dejaremos llevarnos por una buena lectura.
El espacio será armonioso y sin distorsiones pues cederá el protagonismo a ese amplio sofá que siempre es un fiel compañero, a la par que el centro de atención.
Un salón decorado como un refugio, en el que a últimas horas de la tarde, dejará entrar los últimos rayo de sol de ese día y que visten de oro todo lo que tocan, dejando tras de sí una atmósfera única, decorando el salón como un auténtico refugio, con telas que junto con sus colores, dulcificarán la estancia, sus formas y sus límites, que son a veces imperceptibles.
Un salón que tiene delante de sí la naturaleza, es amable y abierto, y así deben ser todos los elementos que lo componen: desde el color de las paredes a los detalles encima de las mesas, en colores neutros, en beige, blanco roto con toques de contraste en color hueso, formando así un ambiente que va a envolvernos, sin casi darnos cuenta, pero nuestro cerebro sin duda, sí lo habrá percibido.
Así pues, un paisaje debe dejar paso a un salón
Gracias por vuestra atención y hasta el próximo post.